Gota Negra con Alquitran
POR: David Cañedo Mesinas
En la niebla, entre sueños, con un ambiente rasposo y seco.
Era obscuro el clima, sin luna, de estrellas negras, y la noche con su capa que me envolvía. Un eco que corría por mis huesos, la fricción de un espacio, el tiempo, carcomido y sin vida. Solo era la noche, la fina noche, la majestuosa noche, con su capa de terciopelo y su obscura mirada sin reflejo. En el mar, en la tierra y en el viento. Nadando entre brumas y océanos de aguas claras. En un ambiente denso la vida prevalecía, habitando cada rincón y espacio de la obscuridad. Cada cangrejo, mariposa y ave, cada insecto y planta. Combinados y sin sustancia. Abstractos, con vida pero ciegos, insensatos, en una dimensión caótica y negra. Cada luz, cada blancura de marfil que se colaba, era mezclada y absorbida por la gota de la muerte. Un infierno ciego y sin tortura, majestuoso y de profundidades dilectas. Evos de espacio y rangos de belleza, todo igual, y diferente sin diferencia. Tela, papel, madera, pintura seca. Cada textura se sentía en el ambiente y se aspiraba. Se podía oír, se podía sentir aquel extraño sonido, aquella extraña resonancia y eco dormido. Era el silencio. Un silencio magistral y dominante. Era hermoso. Cada ser vivo estaba muerto, todos sentíamos sin vivir, mirábamos sin ver, y ciegos por no encontrar nada entre la niebla, nos juntábamos en manada buscando aquella cascada, fruto del silencio absoluto. Éramos raros, especies extrañas, escarabajos sin mente, de mandíbula exhausta. Dormíamos juntos y sentíamos la presencia de las personas. Nos alimentábamos del espacio obscuro y la fuente de su eco eterno que producía la orquídea negra central de la galaxia. Sentíamos los recuerdos de una lejana vida, una con colores, olores y substancias. Admirábamos en nuestra mente cada instante que vivimos sin poder recordarlo. Tal vez dormíamos bajo tierra, o en un extraño planeta de infrahumanas pinturas, nos mezclábamos con las gotas y la gente que nos veía. Estábamos en jaulas; si, pero eran jaulas suaves y anestesiadas. De alquitrán o de barro, pero repletas hasta los bordes. Estábamos dormidos. No teníamos vida, no teníamos muerte, ni siquiera existíamos. Solo sentíamos que éramos esencia o energía que alguna vez habitó un cuerpo. Éramos almas y nadábamos en el tiempo.
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