El Placer de Desgarrar Carne
POR: David Cañedo Mesinas
Sentado, en un piso rodeado de espejismos, en un mármol relleno de Inocencias, con el cuello roto, una cabeza calva, con brotes rojos, unos ojos que Infinitamente miran, hacia el culpable de la desgracia.
A Mario se le ocurrió que bastaría con ocultar el cadáver, o podría cortarlo y Venderlo empanizado, como un filete cualquiera, pero se equivocaba. Los huesos no permitirían su destazamiento fácil con navajas, tendría que incinerarlo, pero sería demasiado el humo putrefacto que despediría el cadáver. Por eso lo ocultó, en un cuarto, sin chimeneas ni ventanas transparentes, con un eje perfecto. Una construcción insospechable. Y de esta forma abrió su cementerio, Un cementerio de clase única, Un lugar en el que se pudiera
Destazar a las personas sin levantar sospechas, al aire libre, con la gente transpirando a su alrededor. Era una perfecta tarde de abril, el día en el que se abrió la carnicería de la calle 35. Un lugar obscuro, tenebroso, con hedor a cadáver, y era placentero el saber que las existencia errante del lugar alegraba a los paisanos, Quien podría sospechar de una simple tienda de carnes crudas. Al principio todo se mantuvo oculto a la intemperie, hasta que, después de algunas noches, Sam, el vecino de enfrente empezó a ver sombras y a escuchar voces, parecían gritos, que ahogados en susurros reclamaban sus muertes.
Pero las duras paredes eras suficientemente gruesas. Sam era el único que se mantenía reservado, era el único que podía observar las sombras y escuchar los gritos. Su molesto insomnio lo permitía. Pero solamente se reservaba a escuchar las maldiciones, y después, a escondidas se las platicaba a sus padres. Pero ellos reían, se carcajeaban, como si supieran el secreto y estuvieran riendo para ocultarlo. Para que nadie sospechara. Pero no lo sabían, Decían que eran los gritos de las cabras, que los cristales de las puertas trastornaban los sonidos, pero Sam sabía que eso no era cierto, Que era una mentira, y Una noche, insatisfecho, se decidió a descubrir el secreto del Carnicero. Y En puntillas, se levantó de su cama, se quitó los calcetines, y se escabulló adentró de la vieja casa del vendedor de carnes. Sus piernas le temblaban por el frío. Se acercó, poco a poco, sin hacer ruido. Los gritos sordos de las victimas eran cada vez más perceptibles. y llegó, se escabulló adentro del lugar, bajando las escaleras, y pudo percibir las sombras del machete, De un machete que caía, golpeando cada vez mas fuerte el cadáver. Era Juan, aquél niño gordito que tantas veces le había hecho bromas a Sam, a el que había Jurado matar, pero esto era diferente. Casi se le escapaba un grito. Pero sería imposible, su cuerpo yacía hecho roca, incapaz de moverse, su cerebro no respondía, y sus brazos titilaban, frenéticos. Pero esa no había sido la respuesta esperada, Sam se levantó, ¿Que hacía? ¿Acaso pensaba enfrentarse al carnicero?. Sus brazos agarraron la cuchilla, sus ojos centellaban con furia, se oyó un crujido. ¡Saz! y el carnicero caníbal calló al suelo muerto, Sam sonreía, había descubierto que no sería un astronauta, ni un Carpintero cuando fuera grande, El era un psicópata, y Feliz de descubrirlo, siguió con el trabajo del Carnicero, desgarrando a sus victimas, Mientras pensaba en su futuro, en como podría hacer crecer su negocio, ganar millones, Y todo por que una retorcida reacción al trauma del asesinato de Juan Había trastornado su mente. El era Un asesino, Y disfrutaba hacerlo, disfrutaba desgarrar carne.
A Mario se le ocurrió que bastaría con ocultar el cadáver, o podría cortarlo y Venderlo empanizado, como un filete cualquiera, pero se equivocaba. Los huesos no permitirían su destazamiento fácil con navajas, tendría que incinerarlo, pero sería demasiado el humo putrefacto que despediría el cadáver. Por eso lo ocultó, en un cuarto, sin chimeneas ni ventanas transparentes, con un eje perfecto. Una construcción insospechable. Y de esta forma abrió su cementerio, Un cementerio de clase única, Un lugar en el que se pudiera
Destazar a las personas sin levantar sospechas, al aire libre, con la gente transpirando a su alrededor. Era una perfecta tarde de abril, el día en el que se abrió la carnicería de la calle 35. Un lugar obscuro, tenebroso, con hedor a cadáver, y era placentero el saber que las existencia errante del lugar alegraba a los paisanos, Quien podría sospechar de una simple tienda de carnes crudas. Al principio todo se mantuvo oculto a la intemperie, hasta que, después de algunas noches, Sam, el vecino de enfrente empezó a ver sombras y a escuchar voces, parecían gritos, que ahogados en susurros reclamaban sus muertes.
Pero las duras paredes eras suficientemente gruesas. Sam era el único que se mantenía reservado, era el único que podía observar las sombras y escuchar los gritos. Su molesto insomnio lo permitía. Pero solamente se reservaba a escuchar las maldiciones, y después, a escondidas se las platicaba a sus padres. Pero ellos reían, se carcajeaban, como si supieran el secreto y estuvieran riendo para ocultarlo. Para que nadie sospechara. Pero no lo sabían, Decían que eran los gritos de las cabras, que los cristales de las puertas trastornaban los sonidos, pero Sam sabía que eso no era cierto, Que era una mentira, y Una noche, insatisfecho, se decidió a descubrir el secreto del Carnicero. Y En puntillas, se levantó de su cama, se quitó los calcetines, y se escabulló adentró de la vieja casa del vendedor de carnes. Sus piernas le temblaban por el frío. Se acercó, poco a poco, sin hacer ruido. Los gritos sordos de las victimas eran cada vez más perceptibles. y llegó, se escabulló adentro del lugar, bajando las escaleras, y pudo percibir las sombras del machete, De un machete que caía, golpeando cada vez mas fuerte el cadáver. Era Juan, aquél niño gordito que tantas veces le había hecho bromas a Sam, a el que había Jurado matar, pero esto era diferente. Casi se le escapaba un grito. Pero sería imposible, su cuerpo yacía hecho roca, incapaz de moverse, su cerebro no respondía, y sus brazos titilaban, frenéticos. Pero esa no había sido la respuesta esperada, Sam se levantó, ¿Que hacía? ¿Acaso pensaba enfrentarse al carnicero?. Sus brazos agarraron la cuchilla, sus ojos centellaban con furia, se oyó un crujido. ¡Saz! y el carnicero caníbal calló al suelo muerto, Sam sonreía, había descubierto que no sería un astronauta, ni un Carpintero cuando fuera grande, El era un psicópata, y Feliz de descubrirlo, siguió con el trabajo del Carnicero, desgarrando a sus victimas, Mientras pensaba en su futuro, en como podría hacer crecer su negocio, ganar millones, Y todo por que una retorcida reacción al trauma del asesinato de Juan Había trastornado su mente. El era Un asesino, Y disfrutaba hacerlo, disfrutaba desgarrar carne.
1 Comentarios*:
:-)Tienes una mente muy retorcida , jeje , pero la verdad es q la historia me entretubo de principio a fin , eres un escritor soberbio.
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